Lectores imaginarios hace años que no escribía, este es un fragmento de una historia inconclusa que mi lado egoísta no pudo compartir hasta ahora. Por alguna razón, tengo las ganas de escribir nuevamente, historias imaginarias que piden ser plasmadas. Empecé por modificar lo que viene a continuación, un poco de violencia a lo Tarantino.
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El semáforo está en rojo, los carros esperan;
algunos están tocando las bocinas como si con ello adelantaran el tiempo para
que el verde aparezca. Una moto a toda velocidad cruza, una infracción, casi a
nadie le importa demasiado, todos siguen caminado, unas señoras y un señor
están indignados, el conductor ya está fuera el rango de los gritos. El
motociclista avanza con su ronroneo de motores molestos, ya es tarde, debe
apresurarse. Sus ojos se encuentran con los de un perro callejero que está viejo,
quince años ya son mucho, por lo que no logra hacerse a un lado. Es aparatoso
el choque. El violador de leyes de tránsito tirado en el suelo boca arriba, se
quita el casco con dificultad; la moto unos tres metros alejada y el maletín sigue esposado a su muñeca; el perro sano
y salvo, caminando como si nada se va un callejón y mea. El vehículo se había
desviado chocando con una tintorería. El dueño sale gritando pestes al herido
que ya debía de romperse dos o tres huesos, o tal vez ninguno. La gente solo
mira, nadie se acerca por el momento. El
motociclista en silencio maldice al
perro que no parece haber sufrido mucho, está como si nada en la acera
refrescándose con un charco de agua sucia. La mujer está en el suelo
inconsciente, parece que la caída le ha roto la cabeza. Los demás transeúntes
se acercan a ella con los ojos saltones. “No quiero ser pesimista, pero creo
que está muerta”, dice un anciano sin dientes que le toma el pulso, algunos al
escuchar aquella frase se acercan a verla formando un gran tumulto, el morbo
los motiva. El motociclista se levanta entre gemidos y corre abrazando al
maletín. “Hey, miren se escapa”, dice una señora. Dos jóvenes van a él
corriendo, están muy cerca. El motociclista sabe que no es lo que debe hacer, pero el impulso es más fuerte: Saca un arma y dispara, un par de balas para uno
de los que querían ser héroes. Más gritos, celulares graban la escena. Todo saldrá al aire. El motociclista salta de forma sobrenatural y desaparece entre brincos como los animés. Todos se quedan boquiabiertos y se preguntan
si eso ha sido humano, llaman a la policía y publican lo filmado y fotografiado en redes sociales.
-Tuve un problema, pero no pasa nada. Solo demoraré
media hora más en llegar ahí.
-Está bien, Jake. Como sea tienes que llegar con la
información. Nada de escándalos.
Corta la llamada, está en un callejón lleno de
basura y ratas. Aún lleva el casco puesto y el maletín abrazado, ahora carga su arma, por si las
dudas. Luego sale del callejón, ve a un taxista comiendo una hamburguesa.
-Sal del taxi, gordito.
-¿Quién carajos te crees tú? –dice el taxista con la
boca llena y sacando una navaja.
-¡Shh! No es necesario que hagamos esto más difícil.
El arma apunta a la cabeza del taxista que se baja
del auto y le da las llaves y le dice: “Maldito cabrón, roba autos ¡Qué te cachen!”. Arranca y entra en un camino sin mucho tráfico.
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