Desde
mi infancia me han fascinado los seres mitológicos, escuchaba a mi abuelo
contar relatos de noche que me provocaban temor y me hacían tener pesadillas.
Los hombres lobos eran mis
favoritos. Por ello escribía historias encerrado en mi cuarto hasta mi vejez,
dejando de lado todo contacto social, viviendo del dinero de las empresas de mi
difunto padre. Hace pocos días la idea de que uno de esos seres en verdad
existía, rondaba por mi cabeza. Aquel día, mientras escribía de madrugada,
escuché unos ruidos que provenían de la cocina. Pensé que era un perro o un
gato, por lo que fui armado solo con mi bastón. Resultó ser una bestia que no
pude ver con claridad que al notar mi presencia huyó por la ventana. Sus babas
y sus pelos quedaron en el suelo; se había tragado un pollo entero dejando solo
huesos partidos.
Pudo
haber sido un chupacabras, un hombre lobo, un sasquash, un troll; o bien, solo
un perro muy grande o un loco muy hambriento. Cuando salí de mi casa, en el
cielo se podía observar la luna brillante despejada de nubes. Era un hombre
lobo, pensé.
Desde
ese momento, esperaba con ansias la luna. Instalé cámaras de vigilancia y
sensores de movimiento en mi hogar, compré un revólver y balas de plata al
igual que una jaula del mismo material. Debía atrapar a la criatura, sería un
gran descubrimiento para la ciencia.
Cuando
llegó el día, compré las carnes más deliciosas, inclusive las sasoné y cociné.
Puse un ventilador para propagar el aroma. En el anochecer me escondí detrás de
la puerta de la cocina mirando por la cerradura. Sin embargo, no vino, como las
siguientes lunas llenas. Conforme los años transcurrían, el asunto del hombre
lobo ya era lejano, una anécdota contaba en noches de copas que era ignorada,
una mera casualidad.
Hasta
que un día llegó para atormentarme, para revivir ese malestar. Hubiese
preferido morir que verlo. Las ideas volvieron, atraparla, viva o muerta.
Engullía un pollo congelado en la cocina. Bajé con el revólver en mano y le
disparé, pero fue inútil; escapó por la ventana. Ese día no pude dormir, me
parecía escuchar sus aullidos hasta el amanecer. Todo era una burla prolongada,
una patada en mis antiquísimas octogenarias bolas.
A
la bestia nada podía matarla, ni las balas de plata o la carne envenenada. Ni
siquiera las patadas que le daba a la mandíbula hasta desencajarla; volvía como
si nada en la subsiguiente batalla.
Una
noche de luna llena, cuando estaba en la cocina con mi nueva arma, una M16, la
bestia apareció parada en dos patas. Ni bien nos vimos, empezó la batalla.
Disparé una ráfaga de disparos gastando toda munición; ni un tiro le pude
acertar al muy cabrón. El monstruo me tenía en el piso samaqueando mi brazo con
su hocico. No importaba cuantas patadas y puñetes le daba, no me soltaba. Saqué
un revólver que tenía a la altura de mi pierna. Estaba tan cerca que no podía fallar
el disparo. Le di un certero disparo al desgraciado entre los ojos. Dio un
aullido salió corriendo dejando un rastro de sangre. Traté de seguirlo. Me
desmayé al momento.
Desperté
en un hospital frente a una gran cantidad de doctores. El trasladado a un asilo
era inevitable. Los pocos familiares que tenía querían quedarse con lo mío. Les
dije que fui atacado por un hombre lobo y me arrancó el brazo. Ellos dijeron
que hubo un oso que rondaba cerca de la zona y que él me había atacado. Cuanto
más insistía era peor la situación, sus intereses vencieron a mi poca
credibilidad frente a las autoridades.
***
El
tiempo en el asilo pasaba muy lento, solo esperaba mi muerte. En las noches de
luna llena deseaba que el hombre lobo apareciera para que todos viesen que
tenía la razón, no importaba si alguien moría. Me preguntaba si me había
convertido en uno, después de todo me había mordido; decidí que no saldría del
lugar y que jamás vería la luna por el bien de los demás.
***
Calixto
había llegado hace poco, no más de un mes, tenía las cejas pobladas, una
hendidura en la frente y una postura jorobada. Juraba que era el hombre lobo y
que el motivo de su llegada era la venganza. Por medio de preguntas a terceros,
supe que rondaba por los setenta años, que disfrutaba dar de comer a las
palomas y que fue contador. Pasaron varias noches de luna llena en las que él
salía a dar un paseo, pero no daba signos de ser el hombre lobo. Medio año
después se suicidó, apareció colgado en la cocina, se había ahorcado con una
soga de hacer ejercicios. Dejó una nota de suicidio en la cual pedía disculpa a
sus hijos por heredarles deudas. Quedé decepcionado, el hombre lobo no podía
ser un mequetrefe de esa clase.
Luego
de días de reflexión, me había dado cuenta que solo le quería dar un sentido a
mi vida. Estaba viejo y algo loco. Seguramente, si el hombre lobo hubiese
existido se habría olvidado de mí para siempre.
***
***
En
los 5 años de mi estancia en el edificio no había dado un paso al exterior,
tanto así que mi piel que estaba blanca como la leche. Decidí dar un
paseo.
Cuando
salí pude ver que la ciudad había cambiado a agigantados pasos. La cantidad
apabullante de gente hizo que me extraviara, pero eso no tenía importancia. Quería
explorar el mundo antes de mi partida. Pantallas gigantes, gente ensimismada en
sus aparatos electrónicos, jóvenes vestidos de forma extravagante, algunos con pelos de colores, establecimientos
llenos de ruido, molestia para respirar por el humo de los carros, etc.
Regresar
al asilo era una opción que no quería tomar en cuenta, me acerqué a unos
mendigos cerca de un callejón. Empezaron a hacerme preguntas de todo tipo y
cuando les confesé que tenía un poco menos de 90 años. Me dijeron que era la
persona más vieja que había conocido.
Ellos
se alimentaban de las frutas que tiraban los supermercados y huesos y pellejos
de comida chatarra. Al final del día, en un callejón lleno de animales
callejeros, me improvisaron una cama con ropa sucia y cajas de cartón de
electrodomésticos.
A
la semana, me acomodé a la vida de los mendigos, ya podía disfrutar de esas
frutas y verduras casi podridas y de chupar los huesos de pollo frito, como
también contarles historias fantásticas sobre cíclopes y pegasos.
Cuando
llegó la primera noche de luna llena, pensé que ya era el momento de vencer mi
miedo, de aceptar lo que fuera a pasar. Me atreví a mirar al satélite. Era yo y
solamente yo, un anciano disfrutando de sus últimos años de vida. Pasó un
minuto y todo normal, encendí un cigarro para calmar los nervios. Antes de que
le diera una calada, sentí espasmos en el pecho. ¿Un paro cardiaco? No,
definitivamente, no. Mi mandíbula que se alargaba, mis uñas se convirtieron en
garras, mis dientes se afilaron, el pelo me crecía por todas partes y la vista
se me nublaba… Garras. Mordidas. Sangre. Gritos. Llanto. Policías. Disparos.
Cámaras. Fotos. Más sangre. Carne. Muerte… Todos corrían por sus vidas para
evitar ser parte de la masacre humana y de la propagación de mi maldición del
hombre lobo.