Esto lo escribí en el 2014. Hace poco lo encontré en los archivos viejos y lo modifiqué un poco. Ahí va esto:
Aun cuando Frank estaba a un metro de
distancia no le atinaba ningún disparo al vaso. El alcohol le hacía tambalearse.
Tuvo que acercarse al vaso para poder atinarle un balazo, ocasionando que un
vidrio se incrustara en su mano.
-Ah!
-Ah!
-Frank, eso no es justo, pendejo.
Pablo se acercó a su compañero, quien
reía exageradamente, y le arranchó el arma. Cogió una botella entre el basural, la colocó sobre una columna de cemento a medio construir y retrocedió varios pasos. Un balazo directo y
se expandió en mil pedazos punzocortantes. La adrenalina de disparar un arma lo entusiasmó.
-Y sin ver, marica.
-No me dijiste que eras bueno.
-No lo había intentado antes.
-No me dijiste que eras bueno.
-No lo había intentado antes.
Pablo se
tapó los ojos con una mano; sin embargo, podía ver tras las separaciones de los
dedos. Estaba en el mismo estado etílico que Frank, por lo que tropezó al
retroceder. Se levantó murmurando algo ininteligible y trató de apuntar. Frank cogía la botella y se lamía el dedo herido.
-No la vayas a cagar… Rápido que ya
quiero que sea mi turno.
Pablo disparó y cayó de espaldas por el
retroceso; el impacto de la bala le produjo sordera por unos segundos.
-¿Me viste, Frank? ¿Me viste?
Ya reincorporado, avanzó hacia Frank que
estaba acostado sobre las bolsas de basura, con una bala que atravesaba su
cráneo, para ser más preciso, su ojo. Pablo pateó el cuerpo y murmuró una
lisura. Se sentó cerca del muerto y lo contempló. Sacudió la cabeza, se
levantó, dio unos pasos para irse, pero dudó. Buscó entre las ropas del cadáver
y solo encontró una botella de ron y un par de billetes arrugados. Al beber de
la botella escupió todo el líquido, empezó a rascarse la lengua con las manos.
Un niño apareció, se acercó a Pablo
dando saltos sobre los costales y dijo despreocupadamente, “Buen tiro”.
-Quise darle a la botella- dijo Pablo
dando un escupitajo que espantó a una rata que
se acercaba al cuerpo del cadáver.
-Ya sé, no soy idiota, pero eso fue
impresionante, como las películas.
El niño se acercó al cuerpo y cogió la
botella que estaba en el suelo. Pablo exclamó, “Se ha orinado dentro”. El niño miró
al borracho con desconfianza, olió el interior del envase y lo lanzó al suelo
con una mueca de asco.
-¿Qué haces acá? Este no es un lugar para que juegue un niño
–mencionó Pablo.
-No he venido a jugar. Soy de la calle,
busco algo que comer -respondió el niño, luego de una pausa dijo-: ¿Qué haces
tú acá?
-¿Por qué no te largas? –le dijo al
niño, al ver que no se iba le preguntó- ¿Tienes un cigarro por allí?
Se quedaron en silencio un rato. A Pablo
le sorprendió la tranquilidad del niño que se comía las uñas. “En tus pies hay
un cigarro”, dijo el infante apuntando con el dedo. El borracho miró abajo y
vio un cigarro cubierto de polvo a medio acabar. Lo encendió con un fósforo y
tosió al calar. El niño seguía comiéndose las uñas.
-¿Hace cuanto que no comes? –preguntó
Pablo.
-Anteayer.
-¿Hay por aquí un mercado?
-No, estamos rodeados de puros almacenes
y fábricas.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-Yo también tengo hambre.
-Estamos demasiado lejos de todo. No
pareces de aquí. ¿Cómo has llegaste aquí?
-Una larga historia que empieza con la
pérdida de mi empleo de mierda.
-Eh… Por allá hacen apuestas- mencionó el
niño apuntando con el dedo al horizonte, después de estar pensando que decir.
-No tengo mucho dinero… ¿Apuestas de
qué?
-No sé, pero dicen que hacen apuestas.
Creo que en esos lugares hay putas.
Pablo le dijo que podía coger el abrigo
de Frank. El niño se vistió con la prenda que le quedaba como una bata. Sacó un
celular del muerto y empezó a hurgar en las aplicaciones. Ambos salieron a
caminar, el niño lo seguía con el celular en las manos. Dieron la vuelta a un
gran almacén de color gris, alrededor habían bolsas de basura que eran
despanzurradas por perros callejeros.
-¿Por qué me sigues? No te da miedo que
te haga algo.
-No -respondió el niño y después de un
momento prosiguió- ¿No eres un pervertido, cierto?
-¿Eh? ¿Qué te hace pensar eso?
-No sé.
-Solo busco putas, es lo único necesitas
saber de mí. No soy peligroso. Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
-Ángel.
Pablo avanzó y siguió al niño, le incomodó
que no le preguntara su nombre. Siguieron avanzando hasta llegar a una casa
hecha de cartones y tablas de madera. El niño le dijo que allí era el lugar.
-Este lugar es una mierda –rebuznó
Pablo.
-Mira a tu alrededor, acá todo es una
mierda –dijo el niño.
Dentro había sujetos tomando alcohol y
fumando. Pablo con el niño se acercaron al dueño del lugar, era tan obeso como
un cerdo, solo vestía un jean sucio y roto.
-Dame una cerveza –dijo Pablo y después
miró al niño y le preguntó-: ¿Quieres algo mocoso?
-Comida.
-Si gano algo te doy un billete, pero
con la condición de que ya no me sigas.
El niño asintió. Se sentaron sobre unas
bancas de plástico, Pablo empezó a beber la cerveza. De repente un disparo
sonó, lo que hizo que derramara el alcohol en sus pantalones.
-Mierda qué pasó.
-Están jugando a la ruleta rusa.
-No pienso jugar a eso, vámonos.
Alguien empezó a gritar, la bala había
atravesado sus mejillas. Se cogía la cara ensangrentada y repetía “mierda” una
y otra vez. Pablo y el niño se levantaron y avanzaron hacia la salida.
-Oye, tú, por qué te vas tan rápido
–dijo un tipo robusto, con un parche en el ojo, llevaba un revólver en la mano,
vestía un gran saco marrón y un sombrero de paja. Al ver que Pablo seguía
avanzando disparó, la bala rozó en la oreja-. Es solo una advertencia. Ven,
quiero jugar.
Pablo se acercó con temor. El niño lo
siguió y le dijo que no iba a pasar nada. El dueño del lugar le dijo al tuerto que
no haga problemas y éste le hizo una seña para que se callara. Los demás guardaron
silencio.
-¿Cuánto dinero tienes?
-Solo esto –mencionó Pablo mostrando un
billete y unas monedas. Los demás sujetos se rieron.
-Es suficiente –dijo el tuerto que
arranchó el dinero y lo puso sobre la mesa manchada de alcohol y cenizas.
El herido seguía quejándose, gritó “váyanse a
la mierda con su puto juego” y salió el lugar.
Alzó el arma y disparó a los muros de
cartón, a unos cuantos metros de la puerta de salida. Al instante sonó como si hubiera
caído un costal.
-Está muerto –dijo soplando el cañón del
arma-. ¿Sabes? Me llaman El Hombre Pistola, soy el mejor pistolero que pudo
parir esta tierra llena de corruptos y de inútiles consumistas con almas de
hippies –esperó unos segundos para que le respondiera y luego prosiguió- ¿Y tu
nombre es?
-…Pablo.
-Veo que no eres muy hablador, Pablo. Vamos,
cuéntame un poco sobre ti.
-No sé cómo llegué aquí, solo quería sexo.
-¿Una puta, no? No hay ninguna aquí,
todas se van a la ciudad.
-Eso es una pena.
-Mi hermana es puta. ¿Qué opinas al
respecto?
-No sé. Supongo que todo trabajo es
digno.
-Folla a imbéciles como tú pero con más
dinero, eso no es nada digno. Gana bien, tiene una casa cerca de la playa y
tiene un esposo que es marica.
-Entonces supongo que está bien, el
dinero siempre es bueno.
-Te gustaría follarla.
-No sé.
-¿Por qué? Crees que es tan fea como yo.
-En ese caso no tendría mucho dinero.
Se produjo un silencio, El Hombre
Pistola sonrió.
-Oye, campeón, ¿no tienes nada que
decir?
-Tengo hambre. Hace poco rato el señor
le dio un balazo en el ojo a su amigo sin ver –respondió el niño que tomaba un
vaso de cerveza.
-No me digas y le dejó el ojo así –dijo
El Hombre Pistola que se quitó el parche, el agujero parecía tan hondo como una
caverna, el niño se quedó impresionado al verlo-. Te gusta, ¿no?
-Se ve genial.
-Sí, eso dicen los niños, pero es una
mierda tener un solo ojo, puede que algún día lo entiendas. A algunas chicas
también les encanta los tuertos, se ponen como locas, creen que son misteriosos
y toda esa mierda. ¿Cuéntame Pablo qué sintió matar a tu amigo de un balazo en
el ojo?
-Apenas lo conocía. Ni siquiera lo
intenté.
-Oh, ya veo… Niño, ¿Quieres ver un
espectáculo? Qué te parece un duelo, a lo mejor él me saca el otro ojo. ¿Qué
dices?
Todos se empezaron a reír. Pablo murmuró “maldito hijo de puta”.
-¿Oyeron? Le parece bien al niño –todos rieron
a carcajadas. Pablo estaba callado, mirando la salida-. Me caes bien. Oye, idiota
prepárale un bistec al niño, yo pago.
Al rato, todos salieron del lugar. Pablo
y El Hombre Pistola estaban frente a frente. El niño ya seguía comiendo el bistec
con sus manos.
-Niño has la cuenta –dijo El Hombre
Pistola mientras cargaba su arma.
-No sé contar.
-Joder, debes tener como ocho años, solo
tienes que decir “Uno, Dos, Tres”.
Pablo temblaba, miraba a los costados,
tenía el arma en la mano. Se dirigió a un anciano que bebía una botella de ron
y la arranchó, empezó a beberla toda de golpe.
-¿Qué se supone haces? –preguntó El Hombre
Pistola.
Pablo se había terminado la botella y
sacudió la cabeza. El niño empezó a contar con lentitud. Sonaron dos balazos. El
niño estaba tan impresionado que dejó caer la carne, los perros empezaron a
pelearse por ella. El hombre pistola le había dejado sin los dos ojos a Pablo, los
disparos fueron tan rápidos que parecieron haber sido realizados al mismo
tiempo. El niño se acercó al muerto y cogió su brazo, estaba pesado. Lo dejó
caer.
-Está muerto –gritó el niño, los demás
ya se habían ido, no había nada más que ver. Sacó el celular y le tomó una
foto.
El niño se dirigió a los perros, les dio
unas patadas y les quitó la carne envuelta en tierra y baba, se la llevó a la
boca y siguió a El Hombre Pistola que se iba contando el dinero ganado en las
apuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario