domingo, 6 de agosto de 2017

EL HOMBRE PISTOLA

Esto lo escribí en el 2014. Hace poco lo encontré en los archivos viejos y lo modifiqué un poco. Ahí va esto: 



Aun cuando Frank estaba a un metro de distancia no le atinaba ningún disparo al vaso. El alcohol le hacía tambalearse. Tuvo que acercarse al vaso para poder atinarle un balazo, ocasionando que un vidrio se incrustara en su mano.
-Ah!
-Frank, eso no es justo, pendejo.
Pablo se acercó a su compañero, quien reía exageradamente, y le arranchó el arma. Cogió una botella entre el basural, la colocó sobre una columna de cemento a medio construir y retrocedió varios pasos. Un balazo directo y se expandió en mil pedazos punzocortantes. La adrenalina de disparar un arma lo entusiasmó.
-Y sin ver, marica. 
-No me dijiste que eras bueno.
-No lo había intentado antes.
Pablo se tapó los ojos con una mano; sin embargo, podía ver tras las separaciones de los dedos. Estaba en el mismo estado etílico que Frank, por lo que tropezó al retroceder. Se levantó murmurando algo ininteligible y trató de apuntar. Frank cogía la botella y se lamía el dedo herido.
-No la vayas a cagar… Rápido que ya quiero que sea mi turno.
Pablo disparó y cayó de espaldas por el retroceso; el impacto de la bala le produjo sordera por unos segundos.
-¿Me viste, Frank? ¿Me viste?





Ya reincorporado, avanzó hacia Frank que estaba acostado sobre las bolsas de basura, con una bala que atravesaba su cráneo, para ser más preciso, su ojo. Pablo pateó el cuerpo y murmuró una lisura. Se sentó cerca del muerto y lo contempló. Sacudió la cabeza, se levantó, dio unos pasos para irse, pero dudó. Buscó entre las ropas del cadáver y solo encontró una botella de ron y un par de billetes arrugados. Al beber de la botella escupió todo el líquido, empezó a rascarse la lengua con las manos.
Un niño apareció, se acercó a Pablo dando saltos sobre los costales y dijo despreocupadamente, “Buen tiro”.
-Quise darle a la botella- dijo Pablo dando un escupitajo que espantó a una rata que se acercaba al cuerpo del cadáver.
-Ya sé, no soy idiota, pero eso fue impresionante, como las películas.
El niño se acercó al cuerpo y cogió la botella que estaba en el suelo. Pablo exclamó, “Se ha orinado dentro”. El niño miró al borracho con desconfianza, olió el interior del envase y lo lanzó al suelo con una mueca de asco.
-¿Qué haces acá? Este no es un lugar para que juegue un niño –mencionó Pablo.
-No he venido a jugar. Soy de la calle, busco algo que comer -respondió el niño, luego de una pausa dijo-: ¿Qué haces tú acá?
-¿Por qué no te largas? –le dijo al niño, al ver que no se iba le preguntó- ¿Tienes un cigarro por allí?
-No.  


Se quedaron en silencio un rato. A Pablo le sorprendió la tranquilidad del niño que se comía las uñas. “En tus pies hay un cigarro”, dijo el infante apuntando con el dedo. El borracho miró abajo y vio un cigarro cubierto de polvo a medio acabar. Lo encendió con un fósforo y tosió al calar. El niño seguía comiéndose las uñas.
-¿Hace cuanto que no comes? –preguntó Pablo.
-Anteayer.
-¿Hay por aquí un mercado?
-No, estamos rodeados de puros almacenes y fábricas.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-Yo también tengo hambre.
-Estamos demasiado lejos de todo. No pareces de aquí. ¿Cómo has llegaste aquí?
-Una larga historia que empieza con la pérdida de mi empleo de mierda.
-Eh… Por allá hacen apuestas- mencionó el niño apuntando con el dedo al horizonte, después de estar pensando que decir.
-No tengo mucho dinero… ¿Apuestas de qué?
-No sé, pero dicen que hacen apuestas. Creo que en esos lugares hay putas.
Pablo le dijo que podía coger el abrigo de Frank. El niño se vistió con la prenda que le quedaba como una bata. Sacó un celular del muerto y empezó a hurgar en las aplicaciones. Ambos salieron a caminar, el niño lo seguía con el celular en las manos. Dieron la vuelta a un gran almacén de color gris, alrededor habían bolsas de basura que eran despanzurradas por perros callejeros.
-¿Por qué me sigues? No te da miedo que te haga algo.
-No -respondió el niño y después de un momento prosiguió- ¿No eres un pervertido, cierto?
-¿Eh? ¿Qué te hace pensar eso?
-No sé.
-Solo busco putas, es lo único necesitas saber de mí. No soy peligroso. Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?
-Ángel.    
-Qué irónico –dijo entre dientes.

Pablo avanzó y siguió al niño, le incomodó que no le preguntara su nombre. Siguieron avanzando hasta llegar a una casa hecha de cartones y tablas de madera. El niño le dijo que allí era el lugar.
-Este lugar es una mierda –rebuznó Pablo.
-Mira a tu alrededor, acá todo es una mierda –dijo el niño.
Dentro había sujetos tomando alcohol y fumando. Pablo con el niño se acercaron al dueño del lugar, era tan obeso como un cerdo, solo vestía un jean sucio y roto.
-Dame una cerveza –dijo Pablo y después miró al niño y le preguntó-: ¿Quieres algo mocoso?
-Comida.
-Si gano algo te doy un billete, pero con la condición de que ya no me sigas.
El niño asintió. Se sentaron sobre unas bancas de plástico, Pablo empezó a beber la cerveza. De repente un disparo sonó, lo que hizo que derramara el alcohol en sus pantalones.
-Mierda qué pasó.
-Están jugando a la ruleta rusa.
-No pienso jugar a eso, vámonos.
Alguien empezó a gritar, la bala había atravesado sus mejillas. Se cogía la cara ensangrentada y repetía “mierda” una y otra vez. Pablo y el niño se levantaron y avanzaron hacia la salida.
-Oye, tú, por qué te vas tan rápido –dijo un tipo robusto, con un parche en el ojo, llevaba un revólver en la mano, vestía un gran saco marrón y un sombrero de paja. Al ver que Pablo seguía avanzando disparó, la bala rozó en la oreja-. Es solo una advertencia. Ven, quiero jugar.
Pablo se acercó con temor. El niño lo siguió y le dijo que no iba a pasar nada. El dueño del lugar le dijo al tuerto que no haga problemas y éste le hizo una seña para que se callara. Los demás guardaron silencio.
-¿Cuánto dinero tienes?
-Solo esto –mencionó Pablo mostrando un billete y unas monedas. Los demás sujetos se rieron.
-Es suficiente –dijo el tuerto que arranchó el dinero y lo puso sobre la mesa manchada de alcohol y cenizas.  
 El herido seguía quejándose, gritó “váyanse a la mierda con su puto juego” y salió el lugar.
-¿Quieres ver algo impresionante? –dijo el tuerto a Pablo, quien no le respondió.




Alzó el arma y disparó a los muros de cartón, a unos cuantos metros de la puerta de salida. Al instante sonó como si hubiera caído un costal.  
-Está muerto –dijo soplando el cañón del arma-. ¿Sabes? Me llaman El Hombre Pistola, soy el mejor pistolero que pudo parir esta tierra llena de corruptos y de inútiles consumistas con almas de hippies –esperó unos segundos para que le respondiera y luego prosiguió- ¿Y tu nombre es?
-…Pablo.
-Veo que no eres muy hablador, Pablo. Vamos, cuéntame un poco sobre ti.
-No sé cómo llegué aquí, solo quería sexo.   
-¿Una puta, no? No hay ninguna aquí, todas se van a la ciudad.
-Eso es una pena.
-Mi hermana es puta. ¿Qué opinas al respecto?
-No sé. Supongo que todo trabajo es digno.
-Folla a imbéciles como tú pero con más dinero, eso no es nada digno. Gana bien, tiene una casa cerca de la playa y tiene un esposo que es marica.
-Entonces supongo que está bien, el dinero siempre es bueno.  
-Te gustaría follarla.
-No sé.   
-¿Por qué? Crees que es tan fea como yo.
-En ese caso no tendría mucho dinero.
Se produjo un silencio, El Hombre Pistola sonrió.
-Oye, campeón, ¿no tienes nada que decir?
-Tengo hambre. Hace poco rato el señor le dio un balazo en el ojo a su amigo sin ver –respondió el niño que tomaba un vaso de cerveza.
-No me digas y le dejó el ojo así –dijo El Hombre Pistola que se quitó el parche, el agujero parecía tan hondo como una caverna, el niño se quedó impresionado al verlo-. Te gusta, ¿no?
-Se ve genial.
-Sí, eso dicen los niños, pero es una mierda tener un solo ojo, puede que algún día lo entiendas. A algunas chicas también les encanta los tuertos, se ponen como locas, creen que son misteriosos y toda esa mierda. ¿Cuéntame Pablo qué sintió matar a tu amigo de un balazo en el ojo?
-Apenas lo conocía. Ni siquiera lo intenté.
-Oh, ya veo… Niño, ¿Quieres ver un espectáculo? Qué te parece un duelo, a lo mejor él me saca el otro ojo. ¿Qué dices?
-Me parece bien.



Todos se empezaron a reír. Pablo murmuró “maldito hijo de puta”.
-¿Oyeron? Le parece bien al niño –todos rieron a carcajadas. Pablo estaba callado, mirando la salida-. Me caes bien. Oye, idiota prepárale un bistec al niño, yo pago.
Al rato, todos salieron del lugar. Pablo y El Hombre Pistola estaban frente a frente. El niño ya seguía comiendo el bistec con sus manos.
-Niño has la cuenta –dijo El Hombre Pistola mientras cargaba su arma.
-No sé contar.
-Joder, debes tener como ocho años, solo tienes que decir “Uno, Dos, Tres”.
Pablo temblaba, miraba a los costados, tenía el arma en la mano. Se dirigió a un anciano que bebía una botella de ron y la arranchó, empezó a beberla toda de golpe.
-¿Qué se supone haces? –preguntó El Hombre Pistola.
Pablo se había terminado la botella y sacudió la cabeza. El niño empezó a contar con lentitud. Sonaron dos balazos. El niño estaba tan impresionado que dejó caer la carne, los perros empezaron a pelearse por ella. El hombre pistola le había dejado sin los dos ojos a Pablo, los disparos fueron tan rápidos que parecieron haber sido realizados al mismo tiempo. El niño se acercó al muerto y cogió su brazo, estaba pesado. Lo dejó caer.
-Está muerto –gritó el niño, los demás ya se habían ido, no había nada más que ver. Sacó el celular y le tomó una foto.   
El niño se dirigió a los perros, les dio unas patadas y les quitó la carne envuelta en tierra y baba, se la llevó a la boca y siguió a El Hombre Pistola que se iba contando el dinero ganado en las apuestas.